Los límites del ser humano están más lejos de lo que se piensa.
Cuando creemos que no queda motivo para seguir adelante, puede surgir una pequeña hebra de luz que impida que terminemos de hundirnos, y ya parece suficiente para continuar poniendo un pie delante del otro. Me alegro infinitamente de que así sea.
El sentimiento de vacío es indeseable. Sientes como que la vida y el tiempo se te escurren entre los dedos sin pena ni gloria. Es un tiempo de... no sé, de simplemente amanecer y anochecer y procurar notar tu situación lo menos posible. Pasar, sólo pasar de un día para otro. Y ya está, eso es todo.
Tras verte así, empiezas a creer que tal vez no eres tan buena persona como pensaste. Quizás realmente seas malo. Es hiriente decepcionar a quienes tienen fe en ti. Y cada día te quieres un poco menos, te autocastigas, ignoras tu propio afecto hacia lo que haces o dices. Rechazas la persona que hay en ti.
Y eres exiliado de corazones, lugares y momentos que debían pertenecerte.
No te crees con derecho a nada.
Pero, por algún motivo, pienso que el sentimiento de esperanza es un poco más fuerte. O eso quiero creer. Y esa es la pizca de luz que evita que te consideres al cien por cien desgraciado.
Alguna vez escuché que nunca es demasiado tarde para empezar a hacer lo correcto. Y tengo esa fe, esa esperanza de poder llegar a convertirme algún día en la persona que siempre debiera haber sido.
Y amanecer cada mañana junto a quien amo, cuidar de él como mi bien más preciado. Demostrar constantemente la intensidad de este sentimiento que no se va de mi pecho y que, como método de salvación, me ayuda a continuar y a querer ser mejor.
Pocas cosas merecen realmente que pongas toda tu alma en ellas, que emplees tu tiempo y cambies lo que debas cambiar. Que estés dispuesto a arriesgar todo. Pero yo he encontrado algo así.
Hay alguien que inunda mi cabeza, en cuyos ojos sólo se observa el bien. Alguien con quien pasaría cada uno de los segundos que me restan de vida. Su voz me da paz. Lo cierto es que es como mi hogar.
Y aunque el vacío pone pegas para irse, y al exilio todavía le espera una larga, triste y dura existencia... deseo con todas mis fuerzas que la esperanza siga ayudando a nuestros pies a caminar.
Supongo que cualquier exiliado siempre desee, en lo más profundo de su torrente sanguíneo, volver a casa y sentirse de nuevo el niño que correteaba por las calles de su infancia.
ResponderEliminarAsí es, querido amigo, supones bien.
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