lunes, 9 de mayo de 2011

Hace tiempo me compraron un globo. Colorido. Uno de esos aparentemente llenos de helio, que se deshinchan al día siguiente. El cordón que había que sostener para no perderlo era extremadamente fino. Me aconsejaron atarlo a mi muñeca para asegurarlo. No lo hice. No pensaba perderlo, o no me importaba no conservarlo. Y pasó. Solté mi globo y lo vi alejarse poco a poco. No me angustió, al fin y al cabo, había sido mi culpa.
Recordé esto hace unas horas. Tengo un globo nuevo impregnado de helio, del que dura, del que no se deshincha. Debo asegurarme, me he aconsejado, de atar su cordón a mi muñeca. Porque no, no puedo permitirme dejar escapar éste. La pérdida sería un drama. Es por ello que anudaré y anudaré hasta que no haya posibilidad de verlo perderse, a lo lejos, sin echar la vista atrás.

1 comentario: