Linda Greenfield recibió una libreta nueva. Se apresuró a desatar el lazo y a abrirla por cualquiera de sus hojas. Entonces, acercó la nariz para inhalar todo el perfume del papel. Olía a limpieza.
Era el momento de darle el uso preciso.
Se prometió no llenar esta nueva oportunidad de tachones, hojas rotas, o correcciones. Sintió estar segura de que escribiría sin arrepentimiento, sin descanso. Sin ningún tipo de error ortográfico o gramatical. Esta vez, iba a hacerlo mejor.
La libreta en blanco ofrecía una vida por delante, a punto de ser escrita.
Y todo iba a ir bien.
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