A veces siento la necesidad de tener a mi alrededor testigos de las cosas que hago y de los logros que alcanzo. El caso es que todo por lo que lucho o todas las pruebas a las que me someto con un fin, son puramente para mí misma o mi formación. Para mi enriquecimiento, digamos. El mío propio.
Por qué motivo, entonces, debería necesitar el reconocimiento de nadie.
Supongo que sentirse valorado por mentes o corazones ajenos a los tuyos, es relativamente importante.
Y si entonces todas esas metas que uno se propone y además cumple, pasan desapercibidas para otros y no te convierten en alguien mejor a sus ojos, aunque por dentro uno mismo note que está creciendo y haciéndose un favor, como que se te contagia. Se te contagia infravalorar tus éxitos.
Así que estoy aquí esta noche preguntándome qué se debe hacer.
Quizás aprender a conformarse con la auto satisfacción. Imagino. Y olvidarse de la empatía. Ser independiente y alegrarse por uno mismo. No olvidarse del valor propio.
No sé. Quizás pruebe a enorgullecerme un poco más de los pequeños pasos que voy dando en la vida, en lugar de esperar la enhorabuena, que por otro lado no hace falta. O sí la hace. Pero me fortalezco y me quedo con mi propia evaluación. Je ne sais pas.
No sé dónde ni cuándo adquirí la faceta de restar importancia a los logros que me cuestan esfuerzo y de los que normalmente debería sentirme orgullosa y satisfecha. O quizás sí lo sé.
Muchas preguntas para una noche de martes.
Reseteemos la mente y que la vida lo aclare todo, como siempre.
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