miércoles, 22 de agosto de 2012

Indefensa ante el entorno.

La noche llega, inundando cada metro de oscuridad, y el viento sacude las hojas de los árboles logrando asustarme. Las montañas se ven tenebrosas, enemigas. No hay nadie en la inmensa carretera. Debí haber aceptado que me acercaran. Las farolas resultan inútiles, están apagadas, y escucho pasos cada vez más cercanos. La soledad y el alboroto nocturno me ponen la piel de gallina. Me repito a mí misma que no hay necesidad de sentirme tan aterrada, que todo irá bien, pero es tan tarde... y siento como si hubiese ojos dentro de esa oscuridad. El corazón late de forma taquicárdica y mi paso se aligera. Ojalá pudiese caminar sin ver, y con los oídos tapados. Aún escucho esos pasos aumentando la velocidad.

Dónde estás...

Por favor, que llegue a mi cama ya...

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