"Ojalá alguien me vaya a nombrar a mí como él la nombra a ella" - pienso.
Tras unos cuatro años de relación, sus labios son aún el mundo para él. La ama, parece haber encontrado su alma gemela, su compañera.
Mi pequeño romance de primavera a los diecinueve. Aún admiro su ser, su magnífica manera de expresarse. Puro deleite. Me hace especialmente feliz su bienestar, me calma. Y qué iba a ofrecerle yo, si no tenía, ni tengo... idea de la vida. Y le quise. Pero no era el momento.
Sin embargo, el intenso azul de sus ojos sigue clavándose en mis pupilas como una daga de fuego ardiente. Que me recuerda a la primera vez que nos miramos, me prende, me hace apasionarme sobre su lectura. Y qué orgullosa me siento de esa persona que formó parte de mi vida durante algunos escasos meses. Pero era tan perfecta que ni siquiera la merecía.
Yo soy más corrupta, más estúpida, con menos putos valores.
Y en noches así pienso que igual me estoy aislando. Del mundo, de los hombres, de la conformidad. Qué coño pasa. Siempre valoro más lo que he perdido hace tiempo. ¿Es que nunca me voy a conformar? Bien contenta estaría si cualquiera de las pérdidas me calentase la cama questa notte.
Pero no. Todo lo pierdo por mi ser desquiciado y ahora duermo sola.
Confío en ser capaz de considerar la perfección como suficiente. Cosa que hasta ahora no he hecho.